24.6.08

En el séptimo día

Tal vez fue el sol que le golpeó los párpados. Ese sol que opacaba el desierto húmedo de cenizas en el precipicio de su reino nocturno. No lo sabemos. Pero ella abrió los ojos y lo vio. Lo vio tal cual era: una bestia blanca y negra. Así era la tercera vez, y la tercera es la vencida. No lo sabemos. Pero ella lo vio deshacerse en el calor salvaje de una mentira de aguas oscuras y su espalda tembló y su cuerpo eterno de limón volvió a sumergirse tiernamente en la ceguera hirviente de su amabilidad.


Tal vez fue un sueño negro que le quemó los ojos. Tal vez fue que ella hizo un movimiento inconsciente (como bien puede ser una mirada o el roce rico y casi imperceptible de unas manos). No lo sabemos. Pero él despertó y vio la luz sobre la sangre de los cuerpos en la cama: así es cuando un aliento tibio se siente por primera vez después de renacer. Tal vez sea eso. O no, no lo sabemos. Pero algo se liberó y él vio que eso era bueno, y descansó.