1.5.08

Semen up

Al tipo le encanta frotar a toda velocidad su oreja contra la almohada cuando eyacula, escuchar el ruido del movimiento, prenderse fuego, ver líneas blancas de colores que cruzan de un ojo a otro. Sólo así puede disfrutar y evitar lo que hubiera venido de estar solo, sin su almohada: una persecución, un no poder dejar de escuchar aquella voz que le dice “sos un desgraciado, un sucio: pedí perdón”, el total convencimiento de que acaba de cometer un pecado terrible que lo hace merecer inmediatamente el infierno, la seguridad de que pensar en su prima (la menor) o en la novia de su amigo Carlitos mientras se toca es algo terrible, bestial. La cabeza le empieza a doler excesivamente, a las voces se suman una serie caótica de gritos, los párpados le pesan y piensa que va a perder el conocimiento, aumenta el calor, alucina que las paredes se incendian y comienzan a caer y una picazón galopa por todo el cuerpo, especialmente donde tiene más pelo. Esta situación puede prolongarse indefinidamente, aunque obviamente (el tipo no está loco) él la controla y nunca la hace durar demasiado. Al cabo de más o menos un minuto comienza el ritual purificador: luego de arrepentirse y prometer nunca más volver a hacerlo (lo cual no le hace dejar de pensar que es una porquería), sólo lo salva ponerse de cuclillas en el suelo, hundir la nariz en el semen recién volcado, para aspirarlo con toda su fuerza y así llenarse el cerebro de su fragancia preferida, ese olor que le hace viajar automáticamente a su casa de la playa de cuando era pibe… sí, es el mismo exquisito aroma que salía del baño cuando su vieja se bañaba… ¡Una delicia! Una vez hecho eso, ya puede subirse los pantalones, limpiar bien todo y salir del baño para seguir trabajando, jugando o atendiendo a sus comensales, depende por supuesto de dónde esté y –como les digo– siempre y cuando no tenga consigo su almohada, porque de lo contrario el tipo no tendría ningún problema.

Nocturno


La ciudad destila miedo. Todos acá saben que ellos van a venir (y que ya están llegando). Lo que no saben es por qué y de dónde. Pero una noche, como lagartos invisibles, mientras mamita y papito estén acostados, con la puerta cerrada, incapaces de protegernos –y la casa esté absolutamente a oscuras–, sin que nadie los vea ellos vendrán por las calles a pisar nuestro jardín, a espiarnos a través del vidrio, a entrar por la ventana o meterse por la puerta como cualquier hijo de vecino, y con la impunidad que los caracteriza penetrarán en el frío silencio de nuestro sueño, nos contemplarán largo rato y correrán la frazada descubriendo el cuerpo desnudo lánguido virgen y sucio de tanto lavado, y con toda la calma de un amante experimentado nos mirarán dormir (sí, ellos ven en la oscuridad), nos acariciarán con su nariz, olfateando cada milímetro de nuestras extremidades, oliendo eso que sólo ellos huelen y, sin que nos demos cuenta, con la precisión de un cirujano, se comerán nuestras uñas.